Hace más de una década que Medellín es conocida como la capital mundial del asesinato. Y no es la primera ciudad colombiana que se cuela en nuestro radar. Primero fue la relajada Cartagena la que nos atrajo a la costa caribeña, y luego fue Bogotá la que empezó a vibrar con el diseño y la gastronomía. Pero el ambiente de Medellín es más vanguardista. La ciudad ha invertido en una arquitectura dinámica (la Biblioteca España, que parece una roca, Museo Casa de la Memoria) y un transporte público peculiar en forma de teleféricos y escaleras mecánicas.

Cada semana se abren nuevos bares y restaurantes. En el moderno Parque Lleras, la chef local Carmen Ángel ha abierto Humo, un restaurante de barbacoa al estilo estadounidense. La Cervecería Libre, en la prometedora Ciudad del Río, sirve cervezas artesanales en un antiguo garaje, mientras que el colorido Cariñito Café hace café y pasteles a pocos pasos del Museo de Arte Modernodonde este año se inaugura una ambiciosa ampliación. Los amantes del café también deberían detenerse en el diminuto Café Revolución, de propiedad canadiense/húngara.